Maruja Casagrande, una madre con agallas en la posguerra

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Parar de hablar y empezar a escuchar. Especialmente, a nuestros mayores, que esconden historias como la de María Otilia Campos, Maruja Casagrande para los vecinos del municipio gallego de A Estrada. Su relato es la prueba de que, en numerosas ocasiones, es mejor ser receptor que emisor del mensaje. Tan elocuente como elegante, se quita el mérito que tantos otros se echarían encima: trabajó duro para sacar a su familia adelante. Tan duro que llegó a convertirse en jefa en un tiempo en el que todos eran jefes. Transcurrían los años 1966 y 1967 cuando la oficina de Correos de su pueblo natal tuvo a una mujer como máxima responsable. Era lo nunca visto.

Maruja desgrana su historia con gran precisión. Es difícil intuir que en apenas un año dará la bienvenida al centenario. Lo cuenta ella: viaja en el tiempo para disparar fechas con holgura. Fue en 1937, con dieciocho primaveras, cuando comenzó a trabajar para Correos. Llevaba ya dos años en la ciudad del Apóstol. Al finalizar Bachillerato y aprobar la reválida optó por no correr riesgos y no dejar su fututo laboral en manos de una única opción. Se matriculó en Filosofía y Letras al tiempo que opositaba para Correos. No tardó en empezar a trabajar.

Prosiguió con su vida en Santiago y los planes empezó a organizarlos para dos. Él tenía treinta y dos años y ella dieciocho. Pronto intuyó que sería el amor de su vida, ahora, que echa la vista atrás, puede confirmarlo. Se fue demasiado pronto, cuando Maruja había cumplido veintinueve y tenía tres hijos, la mayor de solo tres años, a los que criar. Ya había abierto la oficina de Correos de A Estrada y procuraba conciliar. Para salir adelante se obligó a agarrarse a lo positivo. Y a no soltarlo. “Era el momento de apoquinar, pero tuve mucha suerte. Cuando no era una beca, era un atraso o un aumento”. Quien dice suerte, dice tesón. Fortaleza. Contó también con el apoyo de su familia: su padre, José Docampo, quiso regalarle un comercio, pero Maruja siempre tuvo claro que su sitio estaba en Correos.

No eran buenos tiempos para una mujer viuda. Para cobrar tenía que ir una vez al mes a Pontevedra y “estaba mal visto que una mujer cogiese sola el coche de línea”. Siempre le acompañaba una amiga en el trayecto en autobús. De vuelta al trabajo, había mucho que hacer: “No había horario y la oficina estaba siempre en movimiento, con muchos envíos internacionales de  países como Francia”. Habla tanto de giros de las personas emigradas como de correspondencia. “Antes se escribían muchas cartas, es una pena que se esté perdiendo, la juventud de ahora está obsesiona con el móvil e Internet”. Ensalza la libertad ganada, pero pone el punto de mira en la dependencia que está acarreando tanta tecnología.

Maruja es una mujer crítica. En parte, gracias a sus aficiones, a las que pudo dedicarse plenamente cuando se jubiló. Al encender el televisor se decanta por las tertulias políticas y lee mucho. Devora. Un repaso por las estanterías de su casa desvela sus gustos: es una apasionada de la historia, especialmente de la egipcia. Así lo reconoce. Y lo confirman títulos como Ramsés. La dama de Abu Simbel. También dedicó muchas horas a la pintura. En su hogar, solo los cuadros hacen sombra a los libros. “Tengo contabilizados más de doscientos lienzos”. Decoran un sinfín de paredes, pero guarda un pequeño inventario en forma de fotografías perfectamente ordenadas. Hay desde óleo y pastel hasta plumilla, pasando por tinta china.

Cuando una se encuentra con una persona como Maruja no puede querer otra cosa que seguir escuchando. Aprendiendo. Y retarla a una partida al Rummikub, ese juego de lógica y estrategia en el que hay que hacer grupos de números y en el que gana el participante que antes se quede sin fichas. Todas las tardes de invierno acude a casa de una amiga a jugar. Aunque, reconoce, que se decanta por el verano, cuando el tiempo invita a los paseos y a pasar más tiempo en la calle. Pero, sea la estación que sea, esta mujer que también fue catequista durante años abre el armario y se viste con elegancia. “Hay que arreglarse siempre”. Da gusto verla.

5 comentarios sobre “Maruja Casagrande, una madre con agallas en la posguerra

  1. Maruja es una de esas mujeres anónimas que destacan por vivir en una época en la que ser mujer suponía un límite para integrarse en el mundo de las artes y sin embargo a pesar de los obstáculos consiguen acceder a él. Mujeres emprendedoras q han abierto el camino para conseguir una igualdad que hace tan sólo unos años era impensable

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  2. Maruja entre otras muchas facetas es una artista.
    tenemos el piso lleno de sus cuadros..pero mi preferido es el de un temporal, que le requirió mucha paciencia porque le insistí hasta cansarla que lo quería más violento…..al final salió como quería.
    Aprovecho para agradecerselo.
    un beso Matuja

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  3. Maruja, unha muller que sempre despertou a miña curiosidade. Encántame vela pola rúa con paso firme..marcando a súa independencia no seu camiñar. Na miña memoria está a súa capa danzando como un vals de liberdade. Parabéns Maruja!!

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  4. Debemos rendir honores y admiración, como deber de escuchar y seguir el
    ejemplo de lucha y valor de mujeres como Doña Maruja, la cual sobrellevo
    con dignidad los avatares de unos tiempos de postquerra y de una
    sociedad en la que el papel que desempeñaban las mujeres era simplemente
    asistencial.

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