Overbooking

Compañía aérea Wamos

Abrió el bolso, nerviosa, y comprobó que vuelos y pasaporte estaban donde los había dejado. No tenían por qué no estarlo: desde el segundo control a sus pertenencias, se aseguró de pasar correctamente la cremallera. Decidió salir de casa. Ya en el taxi, cayó la cuarta revisión. La quinta fue la más absurda de todas: al llegar a Barajas llevaba el tiempo justo para facturar la maleta que había hecho y deshecho otras tantas veces. De olvidarse algo, ya no había vuelta atrás.

     — Disculpe señora, tenemos un problema

     — Espero que venga con solución incorporada

     — Estamos trabajando en ello. Se vendieron dos billetes de más y no hay asientos para todos.

     — ¿Se vendieron? ¿Solos?

     — Lo habitual es que haya algún pasajero que termine por no viajar y…

     — Va a ser cierto eso de que es el ser humano quien genera buena parte de los problemas a los que luego tiene que enfrentarse

     — ¿Disculpe?

     — Un percance es una tormenta, no que especulen con los viajeros

     — ¿Le importaría volar mañana?

     — Confío en que se le ocurrirá una idea mejor

Fue, sin duda, la respuesta más amable. La otra azafata que invertía sus energías en persuadir a los últimos dos pasajeros para cambiar las fechas del vuelo no consiguió una respuesta afirmativa ni al utilizar el comodín: ambos rechazaron la oferta de viajar en primera clase 48 horas más tarde. Pronto escucharon también la negativa de la señora que tenían a escasos metros.

     — Le garantizo que viajaría usted mucho más cómoda

     — Seguro que le suena lo que le voy a responder: no es no

La sonrisa se fue desdibujando de la cara de las azafatas. Se miraron inquietas y la más joven de las dos, pero realmente espabilada, lanzó la pelota al lado de los clientes, que hacía ya unos minutos que empezaran a perder la paciencia: “Hay solo un asiento disponible para Cancún, pónganse de acuerdo”.

Funcionó.

Con la mirada puesta en el reloj, no tardaron en lanzarse los motivos por los que no podían perder el vuelo. El único varón, un joven recién graduado en Turismo con unas enormes gafas de pasta, dibujó la oportunidad de su vida: la entrevista de trabajo que no llegara en España le esperaba al otro lado del Atlántico tras una cita previa vía Skype en la que demostró sus dominios de inglés y alemán. La mujer, de unos 35 años, que había peleado con la misma azafata le interrumpió para mostrar una invitación repleta de letras cursivas y en la que una pareja aparecía sonriente: “Es mi hermana, mi única hermana, la misma a la que un idiota engañó y que se fue a México para marcar distancia. No puedo perderme este día”.

La señora, por su parte, optó por no explicar sus motivos a un par de desconocidos. “Es innegociable”, se limitó a decir. La hora de embarcar se venía encima y el acuerdo estaba lejos de cobrar forma.

¿Cuál era el mecanismo más justo de elección? Fue el joven quien, después de bucear en Internet y localizar lo buscado, creyó dar con la solución. Limpió las gafas, las recolocó sobre orejas y nariz, y dejó caer su propuesta: “Para vuelos de más de 3.500 kilómetros hay una compensación de seiscientos euros, podemos decidir en función de lo que pagamos cada uno por los billetes”. Era una forma imparcial, que además le podía favorecer: le avisaran para la entrevista con un margen incompatible con la búsqueda de ofertas.

Los tres perdían dinero.

     — Pagué 850 euros. Después, exhibió la reserva

     — Yo 650

     — Algo más de 950 euros, añadió la señora mientras observaba como la cabeza de la mujer, cuyo pasaporte decía que se llamaba Lorena, empezaba a balancearse de derecha a izquierda.

La propuesta empezó a parecerle maravillosa pero adivinó que la replica no tardaría en llegar. Lorena había dejado de mirarlos para examinarlos.

     — Si se trata de ser justos, habría que establecer una relación con nuestros ingresos. Ya os adelanto que ese reloj y bolso que lleva, yo no me los puedo permitir.

La azafata, la de la idea, les interrumpió. Uno de los tres tenía que embarcar. Lanzó una moneda al aire. Dos veces. Y antes de que se dieran cuenta, la señora les observaba mientras pasaba el control y dudaba en alzar la mano para despedirse. No lo hizo. Se sintió culpable. Y eso que solo ganó lo que le correspondía. Hubo, sin embargo, quien se benefició del servicio no ofrecido. De una sobreventa que se agarra a las estadísticas para ampliar ganancias y contempla, sin pudor, dejar pasajeros en tierra.

“Legal sí, pero sin sentido”, comentaron las azafatas una vez liberadas del marrón.

 

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8 comentarios sobre “Overbooking

  1. Una forma irónica de describir una situación que por frecuente ya se considera normal. Planeamos el viaje considerando la posibilidad de que nos quedemos en tierra y perdamos un día en el que en el lugar de destino se han efectuado reservas y nos veremos obligados a abonar una estancia que por causa ajena a nuestra voluntad no utilizaremos. Tenemos derecho a la pataleta, pero poco más. Devuelven el dinero del pasaje pero no los gastos que debemos afrontar por la cancelación del mismo. Un sinsentido más en un mundo plagado de injusticias

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  2. La sobreventa de billetes de avión es un auténtico despropósito permitido a las compañías aereas…ya es hora de acabar con este mercadeo indecente que tanta frustración innecesaria ocasiona

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  3. Una pena que las aerolíneas tengan permitido hacer este tipo de malabarismos para aumentar sus beneficios. La gente trabaja todo al año para irse de vacaciones y no es justo que por dinero se vean truncados sus planes. Lamentablemente una práctica muy común que no se ha penalizado como toca.

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  4. La insensibilidad de las estadísticas entran en juego para explicar un mundo cambiante y con demasiadas variables. Tratemos de dar forma al lenguaje de los macronúmeros, de los pingües beneficios en combinación con el universo de las probabilidades y de sus respectivas responsabilidades, es decir, ¿ que probabilidad existe de que caiga el avión, cuyo asiento cuesta 50 euros, con un coste de mantenimiento mínimo y con sueldos precarios de sus tripulantes ? O ¿ que probabilidad de que acudan al embarque todos los pasajeros más tres más? , aún así, para las multinacionales compensa que dos personas se queden con cara de tontos en el aeropuerto o que Dios deje se sostener con su mano, el avión que se esnafra en tierra, por falta de combustible o avería mecánica.

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  5. Nos quedaba decir que, a todo esto, el papá Estado con sus leyes y reales decretos, nos induce a creer que el ciudadano dispone del control de la situación. Imagine Ud., por un momento, como se debe escarallar de risa la azafata, cuando el indignado viajero, abandonado en tierra y con maletas, pronuncia la palabras magicas de “ tengo derecho a ….”.

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    1. quiero entender que la propia azafata más que reírse estará azorada por verse obligada a dar unas explicaciones tan injustas a un pasajero airado por motivos más que razonables

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  6. Diálogo antolóxico, Marina!

    De todos os escearios deste planeta mundo, un dos que me causa máis inquedanza é o aeroporto.
    Aceptamos indignidades e sumisións con tal de que nos deixen alcanzar a praza de avión que tan honestamente pagamos.
    Quite os zapatos (meu pai con 90 anos), abra as pernas, comprobaremos agora ese líquido (meu fillo con 8 anos), non se deteña, apártese a este lado, este neno non pode estar aí, con quen viaxa?, esa crema non pode pasar, leva vostede un obxecto perigoso (eu en Roma, lembrarás), temos que pasarlle o escáner polo ventre (eu embarazada en Stansted), estas latas serán retiradas (outra vez Londres, todos os agasallos escoceses para Her Majesty, The Queen)… Odio firmemente os aeroportos xa antes de chegar ao overbooking.

    Non podo nin imaxinar que sentiría se, ademais, me toca ser alguén das 2 persoas que quedan na porta de embarque.

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