Coronavirus. Por mí, por ti, por todos

Señoras de tertulia en el Café Moderno de Pontevedra

Día 11 de marzo. Es cuando hice la fotografía que acompaña a este texto. Las señoras que salen en ella conversaban animadamente y daban sorbitos a sus infusiones en el Café Moderno de Pontevedra. Me fijé en sus movimientos, como hace ya unos cuantos años tres amigas y yo nos detuvimos ante cuatro mujeres que recorrían, unos pasos delante de nosotras, la Alameda compostelana. Cada una eligió quien quería ser en el futuro y nos prometimos que repetiríamos ese paseo cuando los años universitarios fuesen tan lejanos que tendríamos que hacer un esfuerzo conjunto para recordarlos.

Inmortalicé la imagen, pensando que me gustaría escribir sobre el paso del tiempo, y continué con la lectura del periódico. Seguro que alguna noticia sobre el coronavirus. Estaba allí, tranquilamente y rodeada de gente, pero ya llevaba muchas páginas sobre su propagación por China, Irán y, después, Italia. Faltaban solo tres días para que el Gobierno decretase el estado de alarma en España, de encerrarme en casa, pero mi papel era todavía de lejana observadora: cerré el periódico, terminé el café, di un paseo y fui al supermercado sin hacer cola ni llevar guantes, sin dejar metro y medio de seguridad y pagando, probablemente, en efectivo.

Hoy, el Café Moderno, como todas esas cafeterías y bares que dan vida a las ciudades, está cerrado. Me pregunto cuál habrá sido la última frase que sus empleados escribieron en la pizarra que visten cada mañana con un nuevo mensaje optimista. Seguro que fue alguna de las que ahora se cantan desde ventanas y balcones mientras los aplausos hacen de coro y homenaje. Los momentos críticos siempre tienen dos caras, que no son otras que las que conviven en el ser humano. Compiten solidaridad y egoísmo, y espero seguir viendo siempre mucho más de lo primero.

La incertidumbre es incomodidad. Y toda situación incómoda afecta a la forma en que reaccionamos. Puede ser tan difícil la soledad como la convivencia, pero es fundamental que la toma de decisiones políticas y económicas, que marcarán los próximos años, continúe acompañada de esos gestos individuales que nos reconstruyen como sociedad. No son los únicos que corren riesgo, pero sí los más vulnerables. Nuestros mayores, porque todos tenemos algún mayor y estamos aquí gracias a ellos, son lo que algún día deberíamos ser todos los demás. Puede que marzo esté transcurriendo muy lento pero si llego a ir a Santiago a la quedada prometida espero que sea pensando que, en esta vida, el bienestar global ocupa un papel fundamental.

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Vandalismo

Catedral de Santiago
Catedral de Santiago / Turgalicia

El pasado fin de semana hicimos una escapada fugaz a Valladolid. Una de las visitas la bautizaron unos amigos como la de la no catedral. A pesar de que solo se construyó hasta el crucero y le falta una torre, la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción de Valladolid es imponente. Uno se la queda mirando como se mira todo lo que no se tiene al lado de casa. Cuanto más lejano, más exótico, a lo próximo se acostumbra la mirada. Pensé en eso el fin de semana como ya lo había pensado visitando el Duomo de Milán. Muy posiblemente tenga más fotografías en la catedral de la capital italiana que en la gallega, quien sabe si volveré, pero cada vez que paso por la plaza del Obradoiro veo como sobrevuelan los flashes y termino levantando la cabeza para admirar el gigante hacia el que peregrinan personas de todo el mundo.

Esta imagen grandiosa se interrumpió hoy. Las personas que atravesaron temprano el casco antiguo compostelano se encontraron con unas pintadas absurdas que buscaban disfrazarse de protesta. La más llamativa de todas, por su ubicación, “yo no salí de tu costilla, tú saliste de mi coño” convertía la fachada que esconde la escalinata de la catedral en el folio en blanco de quien no tiene nada relevante que decir.

En la comunicación es tan importante el mensaje como el canal, y la elección del patrimonio de todos para lanzar consignas solo demuestra que la información que se está enviando es lo de menos. No existen diferencias entre escribir “gritaremos hasta quedarnos sin Vox” y pintarrajear una de las figuras de la fachada de las Platerías, como ocurrió el pasado agosto. No se puede ver otra cosa que vandalismo, que un desprecio hacia el legado y la economía de todos. No hace falta disfrazarlo.

La radio va por dentro

Radio de válvulas

No recuerdo la primera vez que escuché la radio. Tampoco soy consciente de la primera vez que apreté el botón para encenderla. Esto debe significar que está presente en mi vida desde siempre, marcando los movimientos de esos primeros deslizamientos a ras de suelo. No poseo una gran colección de sintonizadores, pero conservo, en plenas facultades de funcionamiento, uno de válvulas de los años 50. También guardo con cariño los que me van acompañando en el camino; cada uno me teletransporta a un momento distinto. Ya te mantienes en pie, y vas corriendo a todos lados con la misma compañía.

La radio es, para mí, algo más que un medio de comunicación. Disculpen que haga este matiz, diferenciándola de la prensa escrita o la televisión, pero su esencia aporta mucho más que noticias. La radio es una compañera, una amiga e, incluso, una confidente que escucha esas palabras que nunca confesarías a nadie. Es capaz de hacerte sonreír y llorar. De enfadarte o hacerte reflexionar. Puedes despertarte con ella, trabajar con su murmullo de fondo, comer a su lado y acostarte con ella para comenzar un nuevo ciclo. Ninguna otra presencia sobrevive a tal intensidad.

Es una compañera, pero también una gran intermediaria. La radio fue el primer teléfono móvil. Cuando las comunicaciones no eran lo que son hoy en día, muchas familias de marineros que pasaban meses en alta mar se aferraban a cada boletín informativo como si la vida transcurriese de hora en hora, a la espera de que el mar no se encaprichase en contar una mala noticia. A través de la Onda Corta y la Onda Media, estos hombres de mar también se agarraban a la radio como lo más cercano a sus seres queridos.

La suerte, el azar o el destino quisieron que acabase formando parte de una gran familia que no conoce límites. Un elenco de locutores, técnicos y redactores hacen posible que la radio tenga voz propia cada día. Independientemente de la cabecera, es un medio que evoluciona con las nuevas tecnologías y se adapta a los cambios más punteros para ampliar los canales con los que seguir formando parte de la vida de millones de personas.

Informa, acompaña y, también, educa. En este punto tengo que nombrar a mi hermana Lorena, con quien empecé, cuando ya había dejado de gatear, a hacer “mis pinitos” en este medio grabando cuñas, como se denomina a los anuncios en la radio. La campaña publicitaria que más me marcó por su contenido y que ambos recordamos cada vez que viajamos a nuestra infancia es una de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD), que concienciaba a los jóvenes sobre el consumo de drogas en los años noventa. Incontables las veces que imité estas voces. ¿La recuerdan?

 Madre: Ah, ¿ya te vas?, si me esperas te acerco y hablamos un rato.

Voz en Off: Tal vez sea cierto eso de que los jóvenes de hoy no escuchan. ¿Has probado a decirles algo?

Puedo asegurar que la radio goza de gran salud. Las tres funciones de las que hablo eran tan importantes ayer como lo son hoy. Estoy convencido de que los lectores que han llegado hasta estas líneas finales le conceden a este enlace con el mundo la misma envergadura que yo. Si la profesión va por dentro, la radio también. Tanto o más como oyente. Si hay algo interesante que decir, siempre habrá quien escuche. Incluidos los más jóvenes.

¡Larga vida a la RADIO!