Añoranzas

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Nueva interrupción. Y con esa ya iban nueve en media hora. Se preparó para llevar la cuenta en el momento en el que Ana empezó a fruncir el ceño y a jugar inquieta con las manos: sabía que no podría evitarlo. Decidió darle un margen y no replicar hasta que llegase el décimo corte. La verdad es que esperaba que no se produjese. Evitaba el enfrentamiento a cualquier coste, incluso si eso suponía que le tomasen el pelo, pero una interrupción cada tres minutos le parecía toda una desconsideración hacia su discurso. Cogió aire, ahí venía la décima.

       –  Lo sé, lo sé, ningún lugar como aquel, pero déjame que te cuente.

     –  Era increíble, como si una brocha gigante se secase en la fachada de cada casa después de sumergirse en….

       –  En una paleta de repleta de colores.

Ahora es Lucía quien interrumpe. Cada vez que le cuenta a su amiga una de sus peripecias por el mundo, las pintorescas casas de un pueblo sin nombre ni ubicación salen a la luz. Era el gran misterio por resolver. En el grupo que se formó en torno a las dos llegaron a sospechar que Ana se inventara ese lugar como distracción para esos viernes en los que escaseaban las cervezas o la paciencia que requerían los acertijos que se lanzaban unos a otros para avivar el ingenio.

       –   Estuve releyendo los garabatos y creo que he descifrado las indicaciones que hay bajo el lamparón  de cerveza.

       –  No me digas…

–  Sí, creo que sí, voy un segundo a buscarlas y me dices que ves tú.

      –  Quieta ahí. El lugar del que te hablaba es importante. En una de esas diminutas, pero encantadoras, casas es donde nació mi abuelo. No vas a creértelo, encontré la dirección.

Mientras Lucía hablaba, Ana seguía ensimismada, dando vueltas a sus propias palabras. A las que anotó muchos años antes en una libreta que, en ese momento, pasaba a ser el objeto de mayor valor que llevaba encima. Su propio mapa para volver al lugar con el que soñaba desde entonces. Era la primera vez de tantas cosas: las vistas desde el avión o los gestos para entenderse con desconocidos. Su familia, que ahorrara para la causa las propinas de los clientes más generosos, tenía claro que ya no hacia falta esperar más. Ana era niña, pero empezaba a ser mayor. La edad perfecta para flotar con la experiencia, convertirlo todo en una ola de emoción, sin riegos a que lo vivido no quedase almacenado entre sus recuerdos. No cabe duda de que dieron en el clavo. Nunca olvidaría aquel lugar.

El primer viernes que Ana habló a sus amigos de ese sitio generó entre ellos una enorme expectación. Preparaban unas vacaciones y ella no dudó a la hora de proponer destino: tenía que ser aquel pequeño pueblo, de casas coloridas y gentes amables, al que el mar le comía terreno, pero le compensaba ofreciendo unas aguas templadas que invitaban al baño. La descripción fue tan convincente que, de haberlo situado en el mapa, se hubieran lanzado sin pestañear. Creyeron encontrarlo un millón de veces, pero cada vez que alguien llegaba con descripciones e imágenes que parecían encajar con el relato de Ana, esta negaba bruscamente con la cabeza. Todos esos destinos encuadraban en la zona en la que buscar y ninguno de los atlas examinados indicaban que les quedase algún rincón por rastrear: era, sin duda, el mayor de los acertijos por resolver, y eso que había algunos que suponían verdaderos rompecabezas.

      –  Espabilad. Son 45 minutos de camino, si queremos llegar para comer, hay que salir inmediatamente,  panda de holgazanes.

El plan no se realizó en aquel momento, pero cuando Ana cumplió veinticinco, la sorprendieron con el mejor de los regalos. Un coche, cinco amigos y unos cuantos kilómetros de costa por recorrer: si la tierra no se había tragado aquel lugar, en una semana deberían encontrarlo. Ella había estado solo cinco días y conocía el aeropuerto de llegada. Bastaría que lo viese con sus propios ojos para reconocer que ese pueblo que idolatraba correspondía con algunas de esas imágenes que tantas veces les había mostrado cuando trataban de encontrarlo.

Pero, fue solo una gran experiencia.

Visitas, risas, empachos, baños, confidencias, una rueda pinchada y cervezas que no sabían a las de los viernes. Lo mismo le pasó a Ana. No reconoció en ninguna de las paradas esa escapada que había idealizado. Nunca nadie dijo nada, ni cuando le volvió a mostrar a Lucía sus garabatos de la infancia, pero el enigma había quedado resuelto para todos: hay sensaciones que permanecen más que los lugares donde se tienen. Y ese primer y último viaje en familia se había convertido para Ana en el rincón donde refugiarse.

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3 comentarios sobre “Añoranzas

  1. Es que los recuerdos.. especialmente los de los grandes momentos…deben conservarse unicamente en la memoria..lugar al que pertenecen..y no intentar contrastarlos con la realidad…porque lo normal es que sea frustrante.

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  2. Lugares, momentos que hemos vivido y guardamos en nuestra memoria porque en aquellos instantes nos sorprendieron gratamente, suelen ser a menudo idealizados con el paso de los años. Pero la vida sigue y quedarse anclado en el pasado no es una buena opción; ello no obsta para que recordemos el mismo con ilusión, pero siempre que no sea un obstáculo para vivir el presente que es lo que en realidad importa.

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  3. Nuestros recuerdos son lo que somos, lo que nos hace tomar las decisiones que tomamos, actuar como actuamos y amar como amamos. No seríamos nada sin nuestros recuerdos.
    La parte más importante de un recuerdo es la emoción o emociones que trae consigo. Los que vienen con emociones más potentes ( miedo, asco, irá, felicidad etc) son los que más perduran en nuestra memoria e incluso se modifican para vivenciar de nuevo esa emoción vivida.
    Como decía García Márquez
    » La vida no es lo que uno vive, sino lo que recuerda para contarla».

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